Cada uno es producto de su generación, de su tiempo.
La manera en que vivimos y sentimos nuestra experiencia vital se gesta durante nuestra
infancia, cuando la mente del niño se empapa como una esponja con todas esas
nuevas ideas o conceptos que la bombardean a cada momento. A mí me tocó vivir
la era de Félix Rodríguez de la Fuente, el gran divulgador naturalista. Bien a
través de la televisión, bien en sus
“cuadernos de campo” o con la colección de Fauna Ibérica, yo tenía claro que
quería ser como él, ser parte de aquello. Poco
después aparecerían en mi vida Gerald Durrel y José Curt, que fueron los que
regaron e hicieron madurar aquella semilla que había plantado el gran Félix.
Si consideramos que la gran transformación de
nuestro paisaje ha sucedido entre las décadas de los setenta y los noventa, nos
daremos cuenta que los jóvenes naturalistas de aquella época fuimos testigos privilegiados
de ese cambio (los más mayores, como Souza o Galán, con mayor conocimiento
histórico lógicamente). Y ahora recordamos con añoranza aquellos montes libres
de eucaliptos y de parques eólicos, aquellas fragas hoy desaparecidas o a punto de
hacerlo, como la de Narahío, aquellas praderas del interior que
alternaban con cultivos de cereal, pero donde hoy todo es un monocultivo de
maíz.
Sin duda hay motivos justificados para la
desesperanza y el pesar, pero también hay algunos para la ilusión. Como una
legislación que empieza a reconocer las “especies invasoras” y que protege
nuestros espacios naturales – en el papel al menos - Igualmente asistimos al nacimiento de una generación de
jóvenes nacidos con una cierta educación ambiental y respeto por la Naturaleza
o la irrupción de empresas que fomentan el llamado turismo ornitológico, que
valoriza nuestro medio natural. Por otra
parte el conocimiento de nuestra fauna y flora ha mejorado enormemente, gracias
al trabajo de campo de todos estos años, con numerosos atlas o censos
publicados y otros que están de camino. Aunque este avance haya sido para confirmar el severo declive de muchas de nuestras especies más representativas.
Y también
disfrutamos hoy de una tecnología al servicio del naturalista impensable en
nuestra época. Como Internet , que
facilita el intercambio de información en tiempo real y acceso a muchísimas fuentes
de información para quien disponga de tiempo para ello. O qué decir de las
ópticas y la tecnología digital en
fotografía disponibles en el mercado. Si
entramos en páginas web especializadas el universo de libros, equipos
técnicos, electrónicos o de camuflaje es
casi infinito. Herramientas todas ellas que facilitan enormemente tanto el trabajo de
campo de carácter más científico como el sencillo disfrute de la observación naturalista. Sin embargo el material más importante, la "materia prima" fundamental que forma al naturalista es algo tan sencillo como el respeto y el amor por la Naturaleza, junto con las ganas de conocerla y de comprenderla de manera racional, de manera científica.

En los últimos años han aparecido en España nuevas formas de entender esta afición; como el "twiching", obsesión por anotar la mayor lista posible de especies de aves observadas, algo que está causando auténtico furor entre el colectivo "pajarero", como se denominan entre ellos. Para ello los ornitólogos recorren miles de kilómetros al año en busca de sus rarezas.
Este curioso fenómeno probablemente no habría nacido de no ser por una tecnología de comunicación que permiten compartir este tipo de citas. Es un práctica con la que he sido bastante crítico en su momento - mis razones tenía - pero el paso del tiempo me ha enseñado a ser condescendiente con muchas cosas. Es tal el nivel de degradación de nuestro medio, la ineptitud de nuestra clase política y de nuestras gentes (impermeables a cualquier inquietud conservacionista) que me limito a ser testigo de mi tiempo, recogiendo en imágenes y en palabras los hechos que devienen a mi alrededor.
Quizá haya sido esa visión "de conjunto" la que me condiciona para no ser demasiado riguroso con ciertas cosas o a limitarme a esas verdades absolutas demostradas bajo la luz de la ciencia, como predican los ortodoxos del método científico. Porque en estos tiempos que corren veo o leo profundos debates ideológicos y conceptuales en los que no hay espacio para una tercera vía. La Historia del Conocimiento humano es la que es, y ahora cargamos con muchos de los prejuicios y falsedades que se han defendido durante siglos. Aunque los apóstoles del método científico pondrán el grito en el cielo (astronómico, por supuesto) al leer esta afirmación mía sin haber comprendido mis palabras.
Ya que hablamos de Conocimiento y de Ciencia, debo reconocer que no me gusta el modelo actual. Hace tiempo que siento que nos vamos aproximando en muchos aspectos a la sociedad norteamericana: el deterioro de lo público, la violencia en las escuelas y en la sociedad, la pérdida progresiva de valores morales de la persona subyugada bajo el hiperconsumismo, el culto al cuerpo físico, el deterioro de nuestra alimentación al cambiar la comida tradicional por alimentos procesados de baja calidad y el abuso de las carnes, .... o la parcelación del conocimiento. Daré un ejemplo. Se dice que de EEUU salen algunos de los más grandes especialistas de cirugía, astrofísica, matemáticas, química, zoología, música o arquitectura, pero porque su modelo educativo está orientado a fortalecer la vocación del estudiante en determinadas áreas, obviando las demás. No sé si es cierto, pero mis impresiones cuando veo la incultura general que demuestra el estadounidense medio me inclinan a pensar que es así en verdad.
Ahora y aquí veo que está ocurriendo algo parecido. Universitarios que no saben escribir una frase sin cometer una docena de faltas de ortografía, ingenieros que no saben interpretar correctamente un pequeño texto, naturalistas a los que tienes que explicar cual es el norte en un sencillo mapa topográfico o jóvenes estudiantes de buenas notas que hablan como los quinquis semianalfabetos de mi barrio natal. Qué diferencia con el respeto que se tenía por el Saber en otros tiempos y en otras sociedades quizá más primitivas en lo tecnológico pero sin duda mucho más avanzadas en lo humano y en lo intelectual.
Es por ello que ser naturalista implica una visión amplia del mundo y de la Humanidad, desde mi punto de vista, pues todo está relacionado. La transformación del medio agropecuario tuvo una causa política (entrada en la Unión Europea), tuvo una causa sociológica (el envejecimiento de la población y el abandono del campo), implicó un cambio en nuestra manera de alimentarnos. Ahora los productos que compramos viene de países muy lejanos y son generalmente más insanos. Ello acarrea la imposición de monocultivos que, consecuentemente, alteran la flora y la fauna de nuestros campos. La caza y la pesca (tanto comercial como deportiva) han provocado grandes catástrofes medioambientales tales como la extinción o declive de muchas especies y la introducción de muchas otras procedentes de países exóticos, pero sin embargo la pesca sirve como recurso alimenticio y la caza hoy puede ser necesaria como medida de control debido al gran desequilibrio que muestran algunos de nuestros ecosistemas. Viajar para ver aves es bonito y placentero pero contaminamos con nuestro coche que consume gasoil. El propio trabajo de campo naturalista provoca no pocas agresiones al medio, algunas de incidencia mínima, otras mucho más fáciles de apreciar, como es el desarraigo de flora al pasar un truel por una charca, la destrucción de hormigueros al levantar piedras o la traslocación involuntaria de muchas bacterias y virus. En fin, siempre encontraremos contradiciones en todas nuestras actividades desde el mismo momento en que entramos en contacto con la Naturaleza.

Paulo Gómez Prieto, sobrino y ahijado del autor
¿Qué nos queda, entonces? Pues, además de ser testimonio vivo de lo que ocurre, intentar inculcar a los más jóvenes lo que otros antes han plantado en nuestro interior: la semilla del amor por la Naturaleza. Después será, la mirada curiosa del niño y su mente inquisitiva las que harán el resto. Porque no debiéramos olvidar lo realmente importante.
El trabajo estadístico de una modelización para una tesis doctoral sobre, por ejemplo, la genética de una determinada especie de babosa o un estudio sobre la biología y la variación en la alimentación de una rana amenazada tiene su importancia dentro de su contexto. Pero cuánto más importante no será haber podido decir que esos trabajos han servido además para que un joven se haya convertido en un potencial naturalista. Desde el punto de vista de la conservación ¿qué es más importante? ¿Elaborar un estudio de conservación como el que se ha realizado en la laguna de Valdoviño, que ha quedado en papel mojado depués de invertir no pocos recursos, o convertir a los estudiantes del colegio de Lago en futuros naturalistas? ¿Para qué sirven los planes de conservación si no hay financiación, si no hay valentía en la clase política y si la gente de a pie no tiene la menor sensibilidad conservacionista? Me pregunto si no será mucho más eficaz y productivo trabajar todos en la transformación educativa de nuestros jóvenes, cada uno desde su responsabilidad y según su capacidad.
En este sentido me resulta extraordinariamente importante el trabajo divulgativo que están haciendo personas como Antonio Sandoval, con las páginas sobre Naturaleza de las que dispone en un periódico o las jornadas naturalistas guiadas que organizan regularmente tanto el grupo naturalista Hábitat como la Sociedade Galega de Historia Natural. Estamos realmente invirtiendo en futuro. Porque si no cambiamos la sociedad no puede haber esperanza. Ser naturalista es hoy, más que nunca, una actitud revolucionaria.